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Miércoles, 02 de noviembre de 2016 
Clase Magistral del Canciller Muñoz en el 50° Aniversario del Instituto de Estudios Internacionales
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Amigas y amigos,

Quiero agradecer, en primer lugar, la Medalla Rectoral que me ha concedido la Universidad de Chile y que me ha entregado el Rector de esta casa de estudios, Dr. Ennio Vivaldi.

Esta Universidad alberga al Instituto de Estudios Internacionales, creado por un indiscutible maestro, Claudio Véliz, cuando la dinámica de las relaciones internacionales y el ejercicio del poder político eran muy distintos a lo que vivimos hoy. Véliz fue el primero en proponer en Chile, aquello que ya generaba consenso en el exterior: que el estudio de las relaciones internacionales se hiciera autónomo de otras disciplinas, como el derecho o la historia.

Reconociendo la presencia de muchos amigos y ex colegas del Instituto, quiero mencionar a dos distinguidos académicos: Gustavo Lagos Matus, ex ministro de Justicia e insigne teórico de las relaciones internacionales, quien me contratò como investigador del IEI en 1974, probablemente en el único concurso público de esos años en la Universidad (me hizo un verdadero examen oral sobre conocimiento de relaciones internacionales), y Francisco Orrego Vicuña, destacado jurista y académico quien, como director del Instituto, resistió las presiones para expulsarme por mi pensamiento político contrario al régimen imperante en aquella oscura época del país.

La década de los 60, cuando se creó el Instituto, fue sumamente agitada. Sobre el fondo de la guerra fría y los conflictos activos de Vietnam y varios otros, la política internacional de un país pequeño como Chile tenía poco margen de maniobra. Movimientos como los No Alineados surgieron como un intento de escapar de la trampa del conflicto Este–Oeste.

El Instituto se propuso estudiar y mirar más allá de la coyuntura y las cuestiones limítrofes, que parecían agotar la discusión sobre las relaciones internacionales. Propuso mirar la perspectiva general, las tendencias mundiales, los avances en otras zonas, el surgimiento y la resolución de los conflictos. Las primeras miradas de Chile hacia la región Asia-Pacífico surgieron en esos tiempos.

El sistema de Naciones Unidas era bastante joven en ese entonces, con algo más de 20 años en funcionamiento, y ya entonces una de sus grandes herramientas era la Declaración Universal de Derechos Humanos. No era un instrumento vinculante, pero sí tuvo la enorme importancia de establecer por primera vez un conjunto de estándares mínimos de derechos que los Estados debían difundir, respetar y proteger. El año anterior al nacimiento del IEI, Naciones Unidas adoptó el primer instrumento jurídico de carácter temático en materia de derechos humanos: la Convención Internacional para la Eliminación contra todas las formas de Discriminación Racial.

Si nos situamos en esa época, podemos recordar que confluían tres procesos: el progresivo fin del colonialismo, la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos y las políticas del apartheid en Sudáfrica. En ese tiempo más de cien naciones, la mayor parte de ellas africanas, declararon su independencia, y figuras como Martin Luther King y Nelson Mandela adquirieron resonancia mundial, contribuyendo a que la discriminación racial pasara a un primer plano a nivel internacional.

Cuántos cambios desde esa época hasta ahora!

El actual ya no es el orden internacional de la post-guerra, que tan bien describió Dean Acheson en su famoso libro "Present at the Creation". La creación de las Naciones Unidas, de la OTAN, del Plan Marshall y los organismos regionales e internacionales, son símbolos de esos tiempos. Hoy en día, nuestra realidad es bastante diferente. Si tuviéramos que escribir un libro sobre el presente, ¿cuál sería su título? Probablemente: "Present at the Diffusion".

Somos testigos de la difusión del poder. Las redes sociales super-empoderan a los individuos para desafiar el sistema político y exigir rendición de cuentas, o accountability, por medio de una suerte de democracia directa. Hay, por sobre todo, un escrutinio público intenso, desafiando el comportamiento de las élites y la relación de los ciudadanos con el poder.

Pareciéramos estar viviendo tiempos de protestas, como ocurría a fines de los 60 e inicios de los 70. La diferencia ahora es que se trata de enojo y protesta en la era del Internet. En la página web del diario The Guardian ya tiene una sección institucionalizada titulada "Protesta".

La cercanía que genera Facebook o Twitter y la amplia disponibilidad de los smartphones nos hace experimentar las esperanzas, frustraciones y rabias de otros directamente y en tiempo real.

La globalización es la manifestación más visible de una creciente complejidad, aunque no la única. Vivimos en una era digital que ha acelerado el futuro a una velocidad sorprendente. Y estamos a punto de entrar en la era de la inteligencia artificial. Somos testigos de un mundo post-guerra fría lejos del contexto de paz que esperábamos en los 90; la comunidad internacional se ve enfrentada a crecientes amenazas como el terrorismo, el ciberterrorismo, las pandemias y las crisis humanitarias.

¿Cómo deberíamos enfrentar los retos de la globalización económica, social y cultural en un escenario muy distinto del que conocimos hace escasas décadas atrás, cuando nadie tenía un computador o ni siquiera soñaba con un Ipad, y la Unión Soviética todavía existía?

Los gobiernos y los poderes centrales están perdiendo poder ante nuevos actores. Los Silicon Valleys están eclipsando a las capitales. Hay nuevos detentadores del poder, principalmente innovadores.

Los avances tecnológicos ya han transformado la económica mundial. El éxito ya no dependerá de la mano de obra barata o del capital físico, sino de quienes puedan innovar y crear nuevos productos, servicios y modelos de negocios. Las buenas ideas que concentren beneficios serán escasas. El capital digital primará por sobre el financiero o físico.

Las impresoras de tecnología 3D, para adaptar los productos a las demandas de los consumidores, ya se han instalado en las industrias. Según una encuesta de Price Waterhouse Coopers, dos de cada tres compañías norteamericanas ya han adoptado alguna modalidad de tecnología 3D. Por otra parte, la transformación digital, el desarrollo de wireless y cloud, han permitido que la gente esté conectada con mucho menos infraestructura física que en el pasado.

Están surgiendo nuevos ganadores y perdedores. Estamos siendo testigos de la instalación de curva de Pareto, esto es, los pocos que innovan se beneficiarán de manera desproporcional. Esto ya lo observamos.

La empresa Instagram, que creó una plataforma para distribuir fotos en internet, fue fundada por 14 personas. No necesitaron mano de obra barata y muy escaso capital físico, solo creatividad. Poco después de un año, Instagram se vendió en 750 millones de dólares. Al mismo tiempo, la tradicional empresa fotográfica Kodak --que llegó a emplear 145.000 personas--, caía en bancarrota.

Otro ejemplo es la quiebra de Blockbusters versus el éxito de Netflix. El modelo de negocio de Blockbusters se basaba en mantener cientos de tiendas y que los clientes tuvieran que trasladarse para seleccionar y arrendar películas, así como ser penalizados en caso de atraso. En cambio Netflix, a partir de una web, cobra a sus consumidores por suscripción y podemos ver películas o series de TV desde el living de nuestras casas. De nuevo, el poder de la "innovación disruptiva" de la era digital.

Paralelamente, hay un colapso de la autoridad en la política, que se refleja en una desconfianza creciente en las instituciones y sus autoridades. Eso ocurre en diversos rincones del mundo. El problema es que la rabia y el descontento no bastan para cambiar el estado de las cosas. Se necesita de la política y un sentido de comunidad. Pero, como bien ha dicho Zygmunt Bauman, las redes sociales pueden crear un "sustituto de comunidad" (la red te pertenece y puedes añadir o borrar amigos); pero, el diálogo y la acción real es interactuar y trabajar acuerdos con gente que piensa distinto a uno.

Como nos recuerda Francis Fukuyama en su último libro (Political Order and Political Decay), los seres humanos somos criaturas que, por naturaleza, tendemos a establecer y seguir normas. Y las reglas regulan las interacciones sociales y hacen posible la acción colectiva. La decadencia ocurre, según Fukuyama, cuando los actores políticos se refugian en el orden existente e impiden las posibilidades de los cambios institucionales.

La desconfianza ciudadana, generada por escándalos de corrupción, abuso, desigualdad y políticas publicas deficientes, no solo es un problema en América Latina, sino a nivel global. Este es un desafío para la calidad de la política, en un momento en que los idearios de la social democracia, el social cristianismo e incluso el liberalismo pierden terreno frente a propuestas que buscan capitalizar el descontento ciudadano.

En América Latina hemos visto como los estudiantes, los ambientalistas, los defensores de los derechos de las mujeres, han salido a la calle a plantear demandas que los partidos políticos no han sido capaces de asumir. Sin embargo, hemos visto como nuestras sociedades han sido capaces de mantener uno de sus rasgos esenciales de la democracia, la alternancia del poder a través del proceso eleccionario.

El voto es esencial en una democracia, pero no se acaba con las elecciones. Es un ejercicio continuo de diálogo, tolerancia y entendimiento común entre los actores políticos y sociales. Al mismo tiempo, tiene que haber un balance entre el orden y la libertad. La ciudadanía valora a los líderes que son capaces de lograr un equilibrio entre estos dos principios.

Más que una transición a una nueva era, estamos en un momento en que distintas realidades coexisten sin un acuerdo en lo que será un nuevo orden social. Esto daña la efectividad de los sistemas políticos nacionales, así como el trabajo y la toma de decisiones del sistema internacional.

El desafío digital que enfrentamos se entrelaza y coexiste con las nuevas y antiguas realidades. El progreso histórico no es lineal. Hay avances y retrocesos. Como lo afirmaba el filósofo italiano Gianbatista Vico hay "corsi e ricorsi". En otras palabras, la era digital todavía no se impone totalmente, así como el antiguo orden tampoco desaparece por completo. Dicho de otra manera, la nueva economía coexiste con la vieja economía.

Lo que enfrentamos en el escenario mundial se hace más complejo el actual marco económico internacional. Hay justificada inquietud por la ralentización de la economía mundial y la caída de los precios de los commodities, que todavía son el motor de la economía de la mayoría de los países de América Latina.

La gobernanza global se está debilitando no sólo porque el poder se torna difuso, sino también por nuevos y antiguos conflictos.

El prolongado conflicto en Siria, la crisis en Irak, la falta de gobernabilidad en Libia, y las amenazas a la seguridad y estabilidad en Medio Oriente y África, han ocasionado la mayor crisis de refugiados desde el término de la Segunda Guerra Mundial y una crisis humanitaria en el Mediterráneo.

La precariedad en la era digital es muy distinta a la del pasado. Los vulnerables --aquellos que carecen de seguridad material--, saben que existen mejores oportunidades en otros lugares, muchos poseen celulares y han tenido la posibilidad de comunicarse con otros. Para escapar del conflicto contactan a facilitadores a través de la web e incluso pagan por transportarse en precarias condiciones para acceder a un mejor futuro.

Debemos hacernos cargo de las causas que originan la crisis humanitaria de los refugiados. Terminar con el conflicto en Siria es parte de la respuesta, pero no pondrá término a la crisis. A modo de ejemplo, la desertificación, la sequía y las inundaciones originadas por el cambio climático, están causando hambrunas en muchas partes del mundo, generando la migración forzada de miles de personas. Hoy en día, estamos cada vez más expuestos a desastres naturales como terremotos, inundaciones, ciclones, lo que, junto a la pobreza y la violencia, crean una migración de refugiados buscando mejores oportunidades.

El problema de los refugiados y la migración ilegal es que es un desafío global, pero nuestras respuestas tienden a ser nacionales, y aún peor, locales. Nos falta una gobernanza global adecuada, que se haga cargo de la crisis humanitaria global. Las instituciones de Naciones Unidas hacen lo que pueden, pero están sobrepasadas y desfinanciadas. No pueden hacerse cargo de los desafíos de la nueva globalización cuando la lógica de las organizaciones internacionales está basada en Estados miembros. Las relaciones internacionales están tercamente centradas en el Estado, aun cuando el poder se difunde y la globalización se profundiza.

No existe un marco legal que se haga cargo de una crisis de estas magnitudes.

Afortunadamente, en la COP21 alcanzamos un acuerdo legalmente vinculante que establece un plan de acción global para evitar los peligros del cambio climático, al limitar el calentamiento global por debajo de 2 °C. El acuerdo ya fue suscrito por Chile y está entrando al Parlamento para su ratificación.

Dentro de nuestras posibilidades hemos resaltado los asuntos más relevantes para la gobernanza global. Uno de ellos es la agenda de los Objetivos de Desarrollo Sustentable (ODS) que Naciones Unidas aprobó el 2015 con el activo respaldo de nuestro país. Los 17 ODS conforman un todo integrado e indivisible de los tres pilares del desarrollo sustentable: económico, social y ambiental.

¿Que se desprende de este cuadro global para Chile?

El desafío para los que trabajamos en política exterior es combinar un buen diagnóstico del momento internacional, con los principios e intereses nacionales para afrontar los retos de un mundo turbulento.

Primero, debemos profundizar nuestra apertura al mundo, agregando más valor a nuestras exportaciones; segundo, contribuir a la gobernanza global, especialmente en los temas más sensibles para Chile, tercero, hacer lo posible por impulsar un regionalismo abierto y realista de convergencia en la diversidad, y, cuarto, persistir en nuestra política de derechos humanos.

La capacidad de innovar y crear son elementos fundamentales para el crecimiento económico nacional. Para Chile, la transición de un modelo económico basado en la extracción y exportación de recursos naturales a uno centrado en la creatividad y la innovación es un imperativo. Por cierto, se puede innovar a partir de nuestros recursos naturales. Pero nos falta invertir mucho más en ciencia y tecnología, en nuestras universidades, en el vínculo entre la investigación y el quehacer económico. Scientia potentia est, decía Sir Francis Bacon ("el conocimiento es poder"). Pero invirtiendo el 0,4 de nuestro PIB en ciencia y tecnología (el porcentaje más bajo de los países de la OCDE) no estaremos a la altura del desafío.

De hecho, enfrentaremos un doble desafío. Primero, debemos tener la capacidad de generar buenas ideas, nuevas tecnologías y, segundo, debemos asegurar sociedades inclusivas para evitar la concentración de beneficios en unos pocos. Este es un desafío común para los países de renta media y alta de Latinoamérica.

Chile es una economía abierta con una extensa red de acuerdos de libre comercio: 26 acuerdos comerciales con 65 países que representan el 94% de las exportaciones chilenas. Nuestro mayor desafío es agregar valor a nuestros productos, así como incorporarnos a las cadenas de valor global y regionalmente.

Estamos trabajando en la modernización del acuerdo de asociación suscrito con la Unión Europea, así como actualizar y utilizar de mejor manera nuestros acuerdos comerciales. En particular, queremos aumentar la cooperación en áreas claves como innovación, ciencia y tecnología, y educación. En paralelo, estamos promoviendo iniciativas conjuntas con la región del Asia Pacífico. Chile es parte de APEC y ha sido admitido como paìs asociado a ASEAN. China se ha transformando en el primer socio comercial para Chile y otros países de América Latina. Estamos negociando nuevos acuerdos de libre comercio con Indonesia y Filipinas. Por otra parte, estamos en conversaciones para celebrar un acuerdo comercial con la Unión Euroasiática.

Un importante paso en esta dirección ha sido la suscripción, el 4 de Febrero, del Acuerdo Trans-Pacífico (TPP), que reúne a 12 países de la costa del Pacífico, con una población combinada de 485 millones de personas y que representa casi un tercio del comercio global. Este acuerdo busca elevar el estándar global en materia de comercio y servicios, así como otras disciplinas asociadas al comercio. Este es un acuerdo balanceado que protege nuestros sectores sensibles y abre nuevas oportunidades en materia de acceso a mercados, cadenas globales de valor y empleo.

Un área clave para Chile es la integración regional. Es desde América Latina y el Caribe que le hablamos al mundo y nos esforzamos por presentar visiones comunes que reflejen nuestras realidades, necesidades y desafíos, aunque tengamos diversas perspectivas económicas y políticas para avanzar en el desarrollo de la región. Reconocer esas diferencias es un acto de realismo político, pero no significa que no podamos buscar visiones comunes, ya que existen intereses coincidentes dentro de la región.

América Latina tiene recursos y mercados para productos y servicios con valor agregado y excelentes oportunidades para invertir. Hoy en día, los bloques negocian mundialmente, es por ello que debemos enfocarnos en la integración regional. Podemos ser una mejor plataforma para el comercio mundial se trabajamos juntos. Tenemos desafíos pendientes en infraestructura, como la construcción de corredores bioceánicos, que estamos priorizando con Brasil, Paraguay y Argentina.

En materia de inversiones, tenemos estrechos vínculos con países de la costa Atlántica y del Pacífico. Entre 1990 y 2014, Chile ha invertido más de 26 mil millones de dólares en Brasil y casi 17 mil millones de dólares en Argentina. En tanto, las inversiones chilenas en países de la Alianza del Pacífico suman 17,5 mil millones de dólares en Colombia y 14,5 mil millones de dólares en Perú.

Junto con nuestra red de acuerdos bilaterales buscamos un entendimiento con los dos principales bloques económicos, la Alianza del Pacífico y el Mercosur. No para fusionarlos, sino para crear un plan de acción común que nos permita obtener ventajas económicas mutuas y un mejor clima de entendimiento político, cada uno a su propio ritmo. Asì se hace convergencia en la diversidad. Hace muy poco suscribimos un tratado de libre comercio con Uruguay, trascendiendo el Acuerdo de Complementación Económica que teníamos. El acuerdo contempla capítulos sobre comercio electrónico y servicios, y uno inédito sobre género y comercio.

Chile tiene la vocación de ser un país puente entre el Pacífico y el Atlántico así como entre distintas tradiciones económicas, políticas y culturales. Por eso es tan importante nuestra relación con Argentina que pasa por un gran momento. Hemos reactivado la reunión 2+2 de ministros de relaciones exteriores y defensa, hemos avanzado en la conectividad física entre ambos países y en una comisión binacional estamos pensando en la relación mirando al horizonte del 2030. En esta misma línea hemos trabajado con Paraguay, cuyo canciller visitò la zona franca para su país en el Puerto de Antofagasta y una zona industrial que será puesta a disposición de los empresarios paraguayos. Y con Perù avanzamos en la misma dirección de futuro con visitas ministeriales y presidenciales, en el marco de nuestra común pertenencia a la Alianza del Pacìfico.

Chile necesita contribuir a la gobernanza global, especialmente en materia de cambio climático y Océanos.

Chile es uno de los países más afectados por el cambio climático. En marzo del 2015 la península Antártica registró las más altas temperaturas desde que se tienen registros: 17,5 grados Celsius. Tres días más tarde, en el desierto de Atacama llovió en un día el equivalente a 14 años, generando un desastre natural que derivó en enormes pérdidas humanas y materiales.

Por esta razón estamos interesados en promover una Cumbre de los países más vulnerables a los desastres naturales para intercambiar experiencias, buenas prácticas y generar propuestas concretas. El calentamiento global no es abstracto, tiene consecuencias reales que afectan a nuestros ciudadanos, y como tal, es un desafío de política exterior.

En este contexto, hace un año, en octubre 2015, fuimos el país anfitrión de la segunda versión de la Conferencia "Nuestro Océano" en Valparaíso. Esta iniciativa, destinada a promover la conservación y el uso sustentable de nuestro océano, como un instrumento para controlar el cambio climático. En la conferencia, se generaron relevantes anuncios y compromisos, lo que permitió el establecimiento de alianzas entre Estados y actores no gubernamentales. Más importante aún, Chile está impulsando el establecimiento de áreas protegidas marinas, habiendo ya creado el parque marino en Nazcas-Islas Desventuradas, y estando en consulta un área marina protegida alrededor de Rapa Nui.

En América Latina hacemos política exterior proactiva colaborando al proceso de paz en Colombia entre el Gobierno y las FARC, como uno de los cuatro países acompañantes. Colombia ha sufrido un conflicto armado por décadas, que ha cobrado más de 200.000 víctimas, civiles sobre todo, y cerca de 5,7 millones de personas desplazadas. El acuerdo final de paz entre el Gobierno colombiano y las FARC está siendo renegociado después del reciente plebiscito y esperamos que suscite consenso antes de fin de año. Entretanto, Chile se ha comprometido como uno de los países garantes en la negociación pendiente entre el gobierno colombiano y el ELN.

Dentro de nuestras posibilidades hemos resaltado asuntos relevantes para la gobernanza global. Como miembro no permanente del Consejo de Seguridad en el 2014 y 2015, Chile hizo presente que los conflictos deben ser abordados desde una perspectiva más amplia, de desarrollo inclusivo, reconociendo que los factores políticos, económicos, sociales, étnicos, religiosos y culturales inciden en la prevención de los conflictos y en la consolidación de la paz.

Chile, como un actor responsable de las relaciones internacionales, está activamente comprometido en las operaciones de paz. Haití es la más significativa, dónde Chile representa una parte importante del 75% de los cascos azules latinoamericanos. En paralelo, hemos contribuido al proceso de estabilización política haitiana, mediante iniciativas que buscan fortalecer las políticas públicas y crear institucionalidad. En septiembre pasado, nos comprometimos a participar gradualmente en las operaciones de paz en África.

La cooperación Sur-Sur tiene un papel que jugar en esto. En los últimos años, el Fondo "Chile contra el Hambre y la Pobreza" ha financiado proyectos de cooperación particularmente en Centroamérica y el Caribe.

En cuanto a nuestra política exterior de derechos humanos, ella debe continuar centrándose en tres ejes fundamentales: a) la cooperación con el sistema internacional de protección y promoción a los derechos humanos, b) la búsqueda de la verdad, justicia y reparación respecto de las violaciones masivas y sistemáticas a los derechos humanos y c) la protección de los derechos de grupos vulnerables que requieren de una especial protección.

Respecto al primer eje, a partir de 1990 comenzamos a suscribir convenciones internacionales y regionales de derechos humanos, lo que ha contribuido a la gradual adecuación del ordenamiento y políticas públicas nacionales a los estándares internacionales de derechos humanos.

Mantenemos una permanente cooperación con los mecanismos de supervisión establecidos tanto por los tratados internacionales de derechos humanos como por las instancias políticas del sistema de Naciones Unidas y la Organización de Estados Americanos, presentando periódicamente informes de cumplimiento, procurando hacer efectivas sus recomendaciones y adecuando nuestra normativa interna a los estándares internacionales.

Hemos impulsado el fortalecimiento del sistema universal y regional de derechos humanos a través de la búsqueda de eficacia y eficiencia del trabajo de sus órganos, asegurando discusiones y consensos que permitan fortalecer el proceso de edificación institucional y asumir el reto de proteger a las víctimas de las violaciones.

En los organismos multilaterales, hemos logrado introducir nuestras preocupaciones e intereses en la agenda de derechos humanos. Así, cuando nos correspondió presidir el Consejo de Seguridad en calidad de miembro no permanente, pusimos especial énfasis en la relación que debe haber entre desarrollo inclusivo y prevención y resolución de conflictos. Igualmente, buscamos darle visibilidad a los problemas que enfrentan mujeres y niños en situaciones de postconflicto.

Hemos sido miembro del Consejo de Derechos Humanos en dos oportunidades y postulamos a un tercer periodo en 2018-2020. Durante nuestra membresía hemos asumido un papel activo y de liderazgo, promoviendo iniciativas y favoreciendo un enfoque proactivo y constructivo.

Por otra parte, en el marco del sistema regional, las resoluciones de la Comisión Interamericana y las sentencias de la Corte Interamericana de Derechos Humanos han colaborado en nuestro esfuerzo sistemático, gradual e integral por consolidar la democracia y garantizar la plena vigencia de los derechos de las personas.

En el segundo eje, la experiencia chilena nos ha convertido en un referente internacional en materia de justicia transicional, por las especiales características de nuestra historia. Chile ha desempeñado un papel relevante en los foros multilaterales y regionales, promoviendo materias como el tratamiento de la prevención y sanción de la desaparición forzada de personas; el combate contra la tortura y otros tratos crueles, inhumanos y degradantes; las reparaciones por Responsabilidad Internacional del Estado; el combate contra la impunidad frente a las violaciones sistemáticas cometidas por diversos regímenes dictatoriales.
Asimismo, promovimos la tipificación de la Desaparición Forzada como un crimen de lesa humanidad en el Estatuto de Roma, y participamos activamente en la elaboración de la Convención Internacional sobre la Desaparición Forzada. Nuestra experiencia en estos, muchas veces dolorosos temas, nos ha permitido colaborar con otros países, que transitan hacia la paz y la democracia.

En relación al tercer eje, Chile ha relevado al plano internacional una serie de temas de interés nacional, por medio de diversas acciones en los foros multilaterales de derechos humanos, principalmente en el Consejo de Derechos Humanos y la Tercera Comisión de la Asamblea General de Naciones Unidas. Entre ellos, la promoción de los derechos de las mujeres, la equidad de género y la transversalización del enfoque de género en el Sistema de Naciones Unidas; los derechos de los niños, niñas y adolescentes; los derechos de los pueblos indígenas; los derechos de las personas con discapacidad; la promoción de la participación de la sociedad civil en los trabajos de Naciones Unidas; y la protección y respeto de los defensores de derechos humanos.

También, hemos asumido un fuerte liderazgo y compromiso con problemáticas emergentes en la agenda global de DDHH, como es el caso de la relación entre éstos y las empresas. Las empresas pueden generar impactos positivos en el crecimiento económico y la prosperidad de los países, pero también, en algunos casos, sus acciones pueden traspasar límites éticos, generando consecuencias adversas a los derechos humanos.

Chile apoya decididamente los Principios Rectores de Naciones Unidas sobre Derechos Humanos y Empresas, que cuentan con un amplio consenso internacional, puesto que dan directrices claras a Estados y empresas sobre la protección y respeto de los derechos humanos. En el ámbito de la Organización de Estados Americanos (OEA), hemos promovido una resolución relativa a la materia, y estamos trabajando en la implementación nacional de estos Principios a través de la elaboración de un Plan de Acción Nacional.

Asimismo, nos hemos comprometido en la lucha global contra la discriminación y violencia por motivos de orientación sexual e identidad de género, incorporándonos a grupos multilaterales de países que trabajan esta materia en forma paralela, tanto a nivel global como regional.

Si bien las herramientas tradicionales de la diplomacia continuarán desempeñando un papel relevante en el sistema internacional, las inquietudes de la ciudadanía, unidas a las exigencias del escenario internacional, requerirán de parte de nuestra política exterior una rápida capacidad de respuesta ante los nuevos desafíos y del concurso de muchos actores. Entre ellos de las universidades, y los centros de estudio como el Instituto de Estudios Internacionales.

El soporte reflexivo es muy importante para quienes trabajamos en relaciones internacionales. El mundo se ha hecho crecientemente complejo y una política exterior no puede formularse a ciegas. Desde la Cancillería hemos organizado y participado en seminarios y encuentros que buscan entender mejor cuestiones con las que nos enfrentamos a diario.

Por ello, quiero agradecer al Instituto por seguir siendo un significativo espacio de reflexión política pluralista, y abierto, desde sus inicios. Agradezco también el gran aporte que sus estudios, debates y trabajos académicos han hecho a la discusión sobre la política exterior de Chile y sus desafíos.

Déjenme terminar con una frase del escritor turco Orhan Pamuk, ganador del Premio Nobel de Literatura, que escribió lo siguiente: "El mundo entero era como un palacio con innumerables habitaciones comunicadas a través de puertas. Podíamos pasar de una habitación a otra tan solo ejercitando nuestras memorias e imaginación; pero la mayoría de nosotros, en nuestra flojera, raramente ejercitábamos estas capacidades y nos quedábamos eternamente en una misma habitación".

Tiene razón Pamuk. Vivimos en un mundo cada vez más interconectado. Ciertamente, la memoria -que mantiene vivo el pasado- y la imaginación -que anticipa el futuro-, nos permiten ir de salón en salón, de país en país, creando una visión común que abre nuevas puertas. Para Chile, éste es un objetivo fundamental. Abrir puertas, aprender de nuevos mundos, recibir a otros y que, junto a los demás, desarrollemos soluciones comunes a los desafíos globales.

Muchas gracias al Instituto y a la Universidad por seguir abriendo puertas.